Ir al contenido principal

Entradas

En bragas

                                      No la vi venir. De repente, la tuve delante de mis narices. Tenía la mano apoyada en la pared, miraba al suelo, por lo que su melena negra y rizada me tapaba su cara. Era alta, casi medía lo mismo que yo. Pongámosle a ojo, 1,75. Soy de números. Me gusta concretar. A ella, ya sin hablar, la vi más de letras. Tuve la certeza cuando, por fin, levantó la cabeza y me miró. Eso sí, lo que no hubiese acertado, jamás, es lo que iba a decirme. — Se me han caído las bragas. Abrí la boca para contestar, pero no me salió ninguna palabra. Me quedé ahí, supongo que con cara de estúpido. A pesar de haberme graduado recientemente en ingeniería. Me gusta la informática, programar. Sí, eso. Si tuviera que definirme diría que soy programado, tal cual. — ¿Hay alguien ahí? Quizás ha sonado mal, ¿no? Aunque… si estás pensando en esas cosas a estas horas de la mañana debes de ser un salido importante. Digo yo. — ¿Acabas de llamarme salido?, ¿y te llamas…? – De pr
Entradas recientes

A través de una ventana

  Todas las historias comienzan a través de una ventana. Siempre hay alguien que las escribe o las cuenta, y otra persona que las escucha o las lee. Y las interpreta como si viese por un cristal transparente, quizás, mejor dicho, translucido, porque según sus experiencias entenderá dicha historia de una forma u otra. Y es que, lo que hace, no es más que eso. Mirar a través de una ventana. Un portal directo a otro mundo que no es el suyo. Algo tan mágico que te hace viajar sin moverte de donde estás. Es también una ventana invisible. Una ventana que puede presentarse con diferentes formas e ir acompañada con imágenes, música, con cualquier elemento que añada más realismo, que haga que te metas de lleno en esa historia ajena a ti. Que haga posible creer que puedes vivir en la luna, viajar a través del tiempo, enamorarte del rey o reina más importante del universo más recóndito. Elementos conjuntos que cumplen la función más importante de todas, otorgar verosimilitud a una historia. Oto

Reflejo

  A veces la miro y no la reconozco, aunque si me paro a reflexionar, es lo normal. Las personas cambian, ¿pero tanto? Es lo que no dejaba de pensar una y otra vez… Entrecerraba los ojos para observarla como si así pudiese llegar a encontrar algo, algún resquicio de lo que fue, pero nada. Su mirada era tan diferente que incluso me asustaba un poco. Sería por eso del miedo a lo desconocido. Yo ya no la conocía. Y lo más curioso de todo es que la había tenido delante durante todo este tiempo y no había podido darme cuenta de cómo iba cambiando poco a poco. Pero qué digo cambiando, evolucionando, transformándose, como una oruga que acaba convirtiéndose en mariposa. No es que antes fuese fea no, para nada, solo diferente, tan diferente… Volví a abrir y cerrar los ojos, esta vez más fuerte y con un ritmo más pausado, y entonces, durante unos segundos vislumbré a la oruga, a lo que fue antes. Una imagen que el cerebro quiso devolverme y empecé a comparar, ¿quién era mejor, pues?, ¿la de an

Cuesta caminar por la arena

Cuesta caminar por la arena, ya ni te digo si quieres correr. Para eso hay que sudar, hay que apretar fuerte y saber respirar. Es algo tan importante controlar el aire que entra y sale de nosotros, que siempre se nos olvida y luego acabamos sofocados o lo que es peor, con flato. Y te tienes que parar y quedarte ahí con cara de tonto, apretando los dientes, aguantando los pinchazos y preguntándote, qué has hecho mal... Y resulta que era tan sencillo como respirar... Pero creo que poco a poco se no está olvidando lo sencillo, se está escapando de nuestras manos, que ahora están llenas de cosas que supuestamente te hacen la vida más fácil, pero irónicamente son tan complicadas... Y la arena se parece a todo lo de antes, a lo que costaba, porque cuesta caminar por la arena, pero se deja huella porque las pisadas están bien hechas, son profundas, las has pensado inconscientemente para seguir adelante. Y si miras para atrás en un camino liso, fácil y rápido, no ves nada, no has dejado nada,

¿Cuándo dejamos de hacer el amor?

¿Cuándo dejamos de hacer el amor?  Cuando dejamos de enviarnos flores, de revelar fotos, que hacíamos improvisadas, sin posar y sonriendo. Cuando dejamos de escribir cartas, cuando nuestro pulso olvidó lo que era esperar su voz tras una llamada en una cabina bajo la lluvia, cuando cambiamos calidad por rapidez y dejamos de leer en papel... ¿Cuándo dejamos de hacer el amor?  Cuando se acabó lo de ir al videoclub, cuando ya no hacía falta rebobinar, ni comprar cintas, ni cds... Hace tiempo que dejamos de hacer el amor, de dedicar tiempo a los preeliminares. Y ahora, solo se folla. Y admitámoslo, no sabe igual. 

La persona menos normal del mundo

Sentía sus pies hundidos en la arena. Esa arena era distinta, lo supo nada más rozarla, porque sí, la piel tiene memoria y sabe distinguir y recordar. Y aquella arena no era la que conocía como normal. Al pensarlo se le dibujo una sonrisa en la cara, normal… Menuda palabra tan simple, tan banal. ¿Qué es normal? Se lo estaba preguntando mientras miraba el mar que tenía delante, tan inmenso, tan profundo y tan desconocido, que podría encontrar a lo largo de él muchísimas cosas que no fueran eso, normales, porque normal, simplemente es algo que conocemos y cualquier cosa desconocida se convierte en diferente, incluso en extraño. Joder con la normalidad, volvió a pensar. Ese es el puto problema. Es esa palabra anclada en esta tierra la que no me deja avanzar, no al menos cómo yo quiero hacerlo. Siendo simplemente yo. Se miró las manos llenas de manchas. Sus padres le habían dicho que eran de nacimiento, otros, de esos que se creen expertos decían que eran del sol, atreviéndose incluso a de

Eternidad

Tú, que te crees que el tiempo es infinito. Tú miras a las estrellas desafiante, sin miedo a su intensidad, a la magnitud de lo que significan. Tú pasas por la vida sin mirar atrás, solo echas algún vistazo de vez en cuando para corroborar que lo que haces es ir hacia delante sin pegar ni un paso menos. Porque en eso tienes razón, no es posible retroceder, nunca. Al menos, tú y yo no lo hemos hecho jamás. Tal vez, nos hemos quedado quietos en más de una ocasión para pensar, para respirar, más bien para coger aire como un impulso que te eleva, al igual que unos labios que se encuentran. Digamos que tú y yo siempre vivimos en un beso que solo se detiene para absorber el aroma del siguiente antes de volver a empezar. Y tú, que besas con pasión, tal y como vives, pensando que no lo vas a hacer más. Y tus labios que se aferran a los míos de una manera loca, suave, desesperada y dulce. De una manera que me trastoca. A mí. Yo, que oigo hasta el tic – tac del reloj sonar. Yo, que miro y no e